Roma, siglo IX. Procesión del Corpus Christi. El Sumo Pontífice, que preside la procesión, sufre un percance y se cae del caballo. Los fieles, asombrados, asisten a un milagro que se materializa ante sus ojos. Bajo la sotana del Santo Padre emite su primer llanto un diminuto bebé recién nacido. Pero la airada muchedumbre no tarda en darse cuenta de que no hay tal milagro sino más bien una escandalosa herejía. El Papa no es Papa, sino Papisa. Es la Papisa Juana.
La vida y «milagros» de la Papisa Juana
Cuenta la leyenda que la Papisa Juana vivió en el siglo IX y era natural de la ciudad de Maguncia, también conocida como Mainz, en lo que hoy es Alemania. Según algunas versiones no se llamaba originariamente Juana, sino Margarita, Inés o Gerberta. Desde niña destacaba por su ingenio y su gran talento.
Cuando ya tenía lo que venía a llamarse la edad de merecer, cambió su nombre a Juan el Inglés y disfrazada de hombre se hizo monje. Con su nuevo estatus pudo acceder a estudios y conocimientos, cosa que en aquella época a las mujeres les estaba vedado. Su identidad masculina también le permitía viajar libremente y así pudo acompañar a su amante por el mundo, que según algunas versiones también era un monje.
En sus viajes vestida con hábito de varón tuvo ocasión de codearse con grandes personalidades de la época, entre ellos la emperatriz Teodora en Constantinopla o un famoso médico de la época llamado Isaac Israeli en Atenas. También visitó la corte del rey franco Carlos el Calvo y asistió a la Universidad en Inglaterra, donde vivió con su amigo hasta que este falleció.
Después de tales peripecias se presentó en Roma con sus hábitos de fraile, donde enseguida destacó por su gran erudición. Esto le abrió las puertas a la Curia romana y además dio clases de Trivium. Rápidamente ascendió al rango de cardenal y contó con la estima del Papa León IV. A la muerte de este, por su piedad y sabiduría fue elegida Papa por aclamación, de forma unánime y sin necesidad de votaciones.
Ejerció en su cargo de Sumo Pontífice exactamente durante dos años, siete meses y cuatro días sin que ninguno descubriese su sacrílego embuste. O mejor dicho casi ninguno, pues hubo uno al menos que se dio cuenta de que no era Papa sino Papisa, haciéndola caer en las garras de la lujuria.
La Papisa, que por su situación a estas alturas ya era impía hasta la médula, cedió también a la tentación de la carne ignorando su voto de castidad. Como resultado de tanta depravación, quedó encinta.
Para colmo de males, se puso de parto durante una procesión de Corpus Christi, cayéndose del caballo en medio del alumbramiento y ante la indignación de los devotos allí presentes.
Dependiendo de las versiones, la Papisa murió de parto en ese mismo lugar, y según otras fue lapidada hasta la muerte por la multitud enfurecida. Se la sepultó en el lugar de su muerte, con un epitafio que rezaba: Pedro, Padre de los Padres, propaga el Parto de la Papisa.
Según otros cronistas posteriores, la Papisa Juana no murió a la vez que su reputación. Sobrevivió y fue recluida en un convento para el resto de sus días. El lugar donde se puso de parto, en el trayecto que iba desde el Coliseo hasta la Iglesia de San Clemente, quedó para los anales del recuerdo de tal ignominia, y en lo sucesivo la procesión Papal que iba del Vaticano a la Catedral de Letrán evitaba pasar por aquellos parajes.

«Tiene dos y cuelgan bien»: El ritual de los «palpati»
De este episodio infame parece que ha surgido otro mito sobre un supuesto ritual de palpación al que se sometían los Papas posteriores, para evitar que volviesen a pasar atrocidades como esta.
Con este fin existiría la figura de los palpati, que como su nombre indica eran los encargados de palpar los atributos del Pontífice para verificar su masculinidad antes de hacer oficial su proclamación. Este debía sentarse en una silla llamada sede stercoraria con un agujero en medio. El palpati en cuestión procedería entonces a la ardua misión de comprobar si el Santo Padre tenía o no testículos. Si la palpación resultaba positiva, pronunciaría la mítica frase Duos habet et bene pendentes, que significa: tiene dos y cuelgan bien, a lo que los eclesiásticos presentes en la ceremonia respondían: “Deo Gratias!” o lo que es lo mismo… ¡Gracias a Dios!
Oficialmente el Vaticano nunca ha declarado que existiese tal ritual de palpación. Puede ser que la Iglesia Católica en algún momento de la historia haya necesitado realizar ciertas comprobaciones sobre la masculinidad del Papa. En el antiguo testamento se menciona específicamente que nadie que esté castrado o tenga cortado su miembro viril puede entrar en la asamblea del señor. Según esto, no sería tan descabellado que antiguamente se hubiese realizado algún tipo de ritual al respecto, aunque no necesariamente el de los palpati.
La supuesta silla stercoraria sí que existe y está expuesta al público en el museo del Vaticano, pero no tenía la función de verificar los atributos del papa. Según los entendidos se trata de una especie de letrina portátil propia de la Edad Media, y el ritual de la palpación del Papa sería un mito asociado a la leyenda de la Papisa.

La historia de la Papisa en las crónicas
La Papisa Juana no siempre se consideró una figura legendaria. En tiempos medievales se daba por hecho que había existido de verdad. Las primeras menciones de una mujer Papa datan del siglo XIII y provienen de tres fuentes diferentes.
La Crónica Universal de Jean de Mailly
El primero que la menciona es el cronista Jean de Mailly, un fraile dominico del siglo XIII. En un breve párrafo describe el hecho insólito de que existió una papisa anónima que se puso de parto a caballo, en medio de una procesión. Como castigo, las autoridades la ataron a la cola del caballo, que la arrastró a lo largo de media legua mientras la multitud la lapidaba hasta matarla.
El Tratado de ejemplos para la predicación de Etienne de Borbón
Unos veinte años después otro monje dominicano llamado Etienne de Borbón cuenta más o mismo la misma historia. Sin embargo la versión de este segundo cronista es menos imparcial, ya que según él los cargos eclesiásticos que consiguió esta papisa a lo largo de su vida fueron “con la ayuda del diablo”, y su muerte es el “detestable final al que ha conducido tal audacia”. Parece ser que Etienne de Borbón fue uno de los primeros inquisidores, y era particularmente sensible a las herejías.
La Crónica de los Papas y Emperadores de Martín de Opava
El tercero fue Martín de Opava, también conocido como Martín el Polaco, ya a finales del siglo XIII. Su texto es más extenso y es el primero en mencionar el nombre de la Papisa. Nos cuenta que el Papa que sucedió a León IV era en un tal Johannes Anglicanus, o lo que es lo mismo, Juan el Inglés. Esto situaría su existencia a mediados del siglo IX, ya que León IV fue Pontífice hasta el año 855. También cuenta que Juan el Inglés era natural de Maguncia y cuánto tiempo exactamente duró su papado. Según su versión, la Papisa no muere lapidada sino de parto en el mismo lugar del alumbramiento. También explica que la razón por la que no esté incluida en la lista de Papas es por la abominación que supone todo el asunto.
Algunos creen que este texto de Martín el Polaco es apócrifo y que fue añadido posteriormente a su Crónica de los Papas y Emperadores. Pero de las tres crónicas esta fue la que sin duda disparó la leyenda. Los autores posteriores fueron adornando los hechos con diversas peripecias y aventuras épicas de la enigmática Papisa y hasta Boccaccio le dedica un capítulo en su libro “Mujeres Ilustres”.

La polémica: ¿existió realmente una Papisa Juana?
Desde tiempos antiguos, la lista de todos los papas reconocidos por la Iglesia se recoge en el llamado Liber Pontificalis o “Libro de los Pontífices”. Como podéis imaginaros el Papa Juan el Inglés no figura en esta lista, y mucho menos la Papisa Juana. El Papa que oficialmente figura en la lista después de León IV fue Benedicto III, por lo que en la época una suposición fue que literalmente Benedicto III era la Papisa disfrazada de hombre.
Otros la asocian con el Papa Juan VIII, que gobernó poco después, entre el 872 y el 882. De hecho se dice que a este Papa sus detractores le dieron el sobrenombre de Papisa Juana por considerarle demasiado blando con la Iglesia bizantina. Por eso algunos ven aquí el origen de la leyenda de un Papa llamado Juan que literalmente era una mujer. Lo que sí era comúnmente aceptado, independientemente de su identidad pontificia, era que la Papisa había existido.
Según la Enciclopedia Católica, su busto papal se exhibía en la librería Piccolomini de la catedral de Siena entre el de León IV y Benedicto III, bajo el nombre de Johannes VIII femina ex Anglia, o sea: Juan VIII mujer Inglesa. En 1601 se sustituyó por un busto del Papa Zacarías por orden del Papa Clemente VIII.
Hasta el siglo XVI se la consideraba una figura histórica. Durante los conflictos de la Iglesia de los siglos posteriores, como el cisma de occidente, se la utilizó como ejemplo para poner en duda la autoridad papal, sin que nadie objetase que no había existido.
En 1562 un monje agustino llamado Onofrio Panvinio fue el primero en escribir una refutación oficial sobre la existencia de una mujer Papa. Posteriormente los luteranos se unieron a su objeción, y en el siglo XVII la historia ya se consideraba una leyenda.

Las monedas de «Juan el Inglés» y el tumultuoso episodio del antipapa
Cuando la única referencia que nos queda de una historia son unas cuantas menciones en crónicas antiguas, no siempre es fácil afirmar categóricamente que sea verdad o mentira, porque puede haber muchos matices que se nos escapan.
En el año 2018, el investigador Michael Habitch de la Universidad australiana de Flinders realizó un estudio de monedas medievales conocidas como “denarios”. Estas monedas llevaban normalmente la efigie del emperador franco por una cara, y el emblema del papa en funciones por la otra. Dos de esas monedas, que por su datación son de entre los años 856 y 858, llevan el emblema de un Papa Juan diferente al del Papa Juan VIII reconocido oficialmente de las monedas posteriores.
Michael Habitch también observó que en la versión más antigua que se conserva del Liber Pontificalis, Benedicto III no aparece en la lista de papas, aunque en versiones posteriores sí se le incluyó. Esta omisión parece probar que en esa época se produjo algún tipo de asunto turbulento. De hecho en su opinión Juan Anglico, alias la Papisa Juana, no iría antes de Benedicto III sino después, entre el 856 y el 858.
El episodio del antipapa Anastasio
Según las crónicas oficiales, en el periodo de la elección de Benedicto III en el 855 se produjo efectivamente un episodio turbulento, protagonizado por un antipapa conocido como Anastasio el Bibliotecario. Los “antipapas” aparecen de vez en cuando en la Iglesia Católica, y son Papas no reconocidos por el Vaticano. Después de unos meses de tira y afloja en los que Benedicto III estuvo encarcelado, ganó la batalla como papa legítimo. Anastasio fue excomulgado, aunque más tarde volvió a ganarse el favor del Vaticano y se desempeñó como bibliotecario de la iglesia romana. Otras teorías afirman que Anastasio el antipapa y Anastasio el bibliotecario fueron dos personas diferentes.
Es posible que debido a este periodo turbulento Benedicto III no aparezca en esa crónica temprana. También es una muestra de lo difícil que resulta confirmar nuevas hipótesis en base a los datos históricos de un periodo tan complejo como la Edad Media.
Hay que reconocer que existen miles de historias medievales no contadas que se han perdido en el anonimato del tiempo. Haya existido o no la Papisa Juana, es un hecho que muchas más mujeres tuvieron que recurrir en tiempos antiguos a ponerse hábitos de hombre para vivir una vida que de otra forma les habría sido negada. Hay casos conocidos y documentados como el de Catalina de Erauso o Juana de Arco.
La leyenda de la Papisa Juana es solo un ejemplo de todas esas historias abiertas a las posibilidades que no nos cuentan las crónicas oficiales.
¡Gracias por haberme acompañado en este nuevo encuentro a medianoche! Nos vemos en el próximo.